ESTE VIERNES 31 DE MAYO ESTAS INVITADO A PASAR UN RATO MUY AGRADABLE EN ESA CASA QUE TIENE LAS COLUMNAS DE CAOBA, EFECTIVAMENTE ESA QUE EN SUS CASI TRESCIENTOS AÑOS HA VISTO PASAR TANTAS COSAS Y TANTAS PERSONAS, COMO DICE LA SEVILLANA SUS COLUMNAS SON ETERNAS CENTINELAS, ELLAS GUARDAN LOS AMORÍOS DE LA CASA Y LA PLAZUELA, DE LA CASA LOS TORIBIOS, Y DE LA CÁRCEL FRANCESA, TAMBIÉN DE LOS AMORÍOS QUE PASARON POR SUS PUERTAS.
PALACIO DEL PUMAREJO, QUE TENEMOS QUE SALVARLO, TE TENGO QUE VER UN DÍA, CON TU GENTE AQUÍ VIVIENDO, Y GANANDO ESA PARTÍA.
oS LO VAIS A PERDER YA SABÉIS PRÓXIMO
VIERNES 31 DE MAYO
21:00 HORAS
FIESTA POR TODO LO ALTO EN LA CASA PALACIO DEL PUMAREJO.
martes, 28 de mayo de 2013
lunes, 17 de diciembre de 2012
Aventuras de una Guiri
La Casa del Pumarejo, un monumento neoclásico del siglo XVIII que
sirve de residencia a decenas de familias con escasos recursos
económicos, ha luchado durante años por sobrevivir al aburguesamiento
del barrio de San Luis. Sin fondos para financiar una reforma, los
residentes del pasado y del presente deben esperar, reflexionando sobre
su importancia histórica, el papel que tiene en la comunidad y su
incierto futuro.
Tres mujeres agachadas en cuclillas se refugian del
mal tiempo en un rincón de un portal en una tarde lluviosa. Una
permanece en silencio, en actitud reservada, mientras las otras dos
argumentan qué las ha llevado frente a la puerta de la Casa del
Pumarejo. La mayor de las dos empieza a hablar mientras su
interlocutora, más joven, camina por la estancia.
“Vivimos en la calle porque no tenemos trabajo y, entonces, no podemos pagar la renta de un piso. Estamos aquí buscando algo de comida”.
Un hombre se une al grupo de vagabundas. Cruza y entra al patio con su bicicleta mientras las mujeres le inundan con preguntas:
“¿Es éste el comedor donde se puede comer sin pagar?”
“¿Qué sabe de este edificio?”
“¿Podemos entrar?”
“Esto es una casa, pero creo que podéis comer en el monasterio que está a la vuelta de la esquina”, les dice a las mujeres mientras les señala en dirección al comedor.
Pasando la puerta que separa la entrada y la casa, una mujer mayor mira por una de las ventanas del segundo piso que rodean el patio. Su nombre es doña Felisa pero en la Casa del Pumarejo, se ha ganado el sobrenombre de La Reina. Permanece fuerte, impasible, observando el revuelo que se está armando abajo. Hoy es un nuevo día pero la historia es la misma. Años de continua presión han creado una nube de confusión que se cierne sobre el edificio. Las visitas son frecuentes, y los residentes desconfían de los forasteros y sus motivos.
La casa radica en la Plaza del Pumarejo, en el antiguo barrio sevillano de San Luis, una zona muy conocida por el activismo comunista y por su participación como enclave durante muchos años de historia de la ciudad, como afirma David Gómez, un miembro activo del comité local.
“Aparte de iglesias y conventos, la Casa Palacio del Pumarejo es el edificio más antiguo que queda en pie en la zona. Esta plaza, que fue incorporada más tarde, es el núcleo de comunicación del vecindario”, dice David.
“Cuando se llenaba, albergaba a treinta y cuatro familias; sin embargo, ahora mismo sólo quedan tres familias después de que, justo este año, el ayuntamiento obligara a otras a irse por “motivos de seguridad”, explica.
A pesar de los rumores que afirman lo contrario, la casa no será destruida porque pertenece al municipio y está legalmente protegida por ser lugar Patrimonio Histórico. Pero las preguntas sin respuesta que rodean su futuro uso (el planeamiento urbanístico actual estipula que no puede ser privatizada y que tiene que tener una función pública) tienen a los residentes en un constante estado de desasosiego.
Después de una excursión de compras nocturna, La Reina se sienta en el banco y deja escapar un suspiro. Esta vez, doña Felisa parece diferente. No tiene la misma mirada vigilante que antes en la ventana. Hay agotamiento en su cuerpo y sufrimiento en sus ojos.
“Es sólo que ya son trece años. Trece años de otra persona, otro periodista más, todos los días, todas las semanas, siempre preguntando lo mismo, lo mismo, lo mismo. Vinimos en 1974 y formamos aquí nuestra familia. Aquí han nacido, han crecido y se han casado nuestros hijos. Y aquí mismo estaré yo hasta que me muera”.
Al igual que la Casa del Pumarejo, doña Felisa ha sido una presencia constante, manteniéndose firme mientras la historia se origina a su alrededor.
Antonio Rubiales es el hijo de una de las tres inquilinas restantes, y la visita a menudo para comer, para pasar tiempo con ella o dejar su bici cuando está en el vecindario.
“No resido aquí desde hace dos años pero estuve viviendo treinta años, desde los ocho, mi vida entera”, recuerda.
“Crecer en el Pumarejo fue una experiencia diferente. No es cualquier plaza. Los 80 fueron años muy difíciles aquí, en todo el barrio realmente. Cuando iba al colegio, la gente me preguntaba, ‘¿dónde vives?’ y yo les respondía que en la Plaza del Pumarejo. Su contestación era ‘¡Uf!, ésa es una zona peligrosa. ¿Dónde del Pumarejo?’, y yo les decía que en la Casa del Pumarejo. Ellos volvían a responder ‘¡Uf!’ Era conocido por los problemas de drogas y la delincuencia. Pero no fue así sólo para mí, mi familia, mis hermanos. Fue así para cualquier persona que residiera en el barrio en aquella época”, comenta.
“Nosotros no tuvimos problemas con las drogas pero sí gente de nuestro alrededor. Los caramelos se vendían a los yonquis que posteriormente usaban la envoltura para fumar crack por lo que nunca comíamos caramelos. Algunos señalarían que fue una infancia dura pero no recuerdo que fuera así, ni yo tuve problemas con las drogas ni ninguno de mis amigos. Fue una experiencia que no cambiaría porque te hace madurar en una edad temprana, pero no de una manera negativa”, añade. “Era muy divertido. Si observas la casa ahora, no es la misma que solía ser. Está tan tranquila, en calma. Es otro mundo, otro mundo por completo. Éramos muchos niños creciendo por aquí, muchísimos”.
Antonio empieza a contar en alto, mirando hacia arriba mientras busca en su cabeza para recordar a todo el grupo.
“Éramos seis con más o menos la misma edad”, cuenta. “Pegábamos patadas al balón, jugábamos al béisbol, andábamos en bici en el patio… era una locura. Había muchos vecinos y era totalmente diferente tiempo atrás. Cuando había un cumpleaños, lo celebrábamos todos juntos. Las comuniones también se celebraban siempre en el patio”.
La alegre sonrisa que mostraba Antonio recordando las historias de su infancia se esfuma gradualmente.
“Ahora, la casa no tiene vida. Quiero decir: tiene pero no de la misma forma. Actualmente, tiene vida gracias al centro comunitario, la asociación de La Casa del Pumarejo, y gracias a todas las otras organizaciones. Está mejorando con la ayuda de estas personas, pero durante muchos años, era realmente triste pasar por aquí”.
“Lo que le ha pasado a la casa es totalmente normal: gente que ha crecido, se ha casado…”, continúa Antonio. “Pero el problema permanece ya que no vienen familias nuevas a llenar el hueco que las antiguas familias dejaron. En la actualidad, la gente ve la casa como problemática porque es cara de mantener y necesita reformas. El mantenimiento cuesta dinero y nadie está dispuesto a pagar”.
El Ayuntamiento propuso un presupuesto de 5,6 millones de euros para la reforma integral del antiguo palacio en 2007; sin embargo, no se han llevado a cabo las acciones del proyecto. En la actualidad, el gobierno local dice que no dispone de dinero con el acecho de la crisis económica. Hasta hoy, sólo se han hecho arreglos superficiales y parciales a la casa para prevenir que se desplome.
El plan municipal es dedicar el piso superior de la casa a la gente que vive bajo condiciones precarias; por ejemplo, si sus casas corren el riesgo de derrumbarse o si les desahucian por no poder pagar el alquiler. Habrá veintidós apartamentos si alguna vez el plan llega a buen puerto pero, primero, el Ayuntamiento debe hacer los arreglos y reformas que la casa requiere tan urgentemente.
“No sé qué depara el futuro, pero me asusta”, dice Antonio.
“Si terminan por cerrarla, o si mi madre tiene que irse, será duro. Supondría más que el trauma normal que alguien siente al crecer y dejar a sus padres, porque es una casa muy especial, estéticamente preciosa, tiene vida dentro de sus muros, tiene un rico pasado lleno de recuerdos. Pero es también especial por los esfuerzos colectivos que se han puesto en la lucha, todo el mundo trabajando juntos por un bien común: salvar una casa impresionante donde he tenido la suerte de vivir treinta años”.
“Vivimos en la calle porque no tenemos trabajo y, entonces, no podemos pagar la renta de un piso. Estamos aquí buscando algo de comida”.
Un hombre se une al grupo de vagabundas. Cruza y entra al patio con su bicicleta mientras las mujeres le inundan con preguntas:
“¿Es éste el comedor donde se puede comer sin pagar?”
“¿Qué sabe de este edificio?”
“¿Podemos entrar?”
“Esto es una casa, pero creo que podéis comer en el monasterio que está a la vuelta de la esquina”, les dice a las mujeres mientras les señala en dirección al comedor.
Pasando la puerta que separa la entrada y la casa, una mujer mayor mira por una de las ventanas del segundo piso que rodean el patio. Su nombre es doña Felisa pero en la Casa del Pumarejo, se ha ganado el sobrenombre de La Reina. Permanece fuerte, impasible, observando el revuelo que se está armando abajo. Hoy es un nuevo día pero la historia es la misma. Años de continua presión han creado una nube de confusión que se cierne sobre el edificio. Las visitas son frecuentes, y los residentes desconfían de los forasteros y sus motivos.
La casa radica en la Plaza del Pumarejo, en el antiguo barrio sevillano de San Luis, una zona muy conocida por el activismo comunista y por su participación como enclave durante muchos años de historia de la ciudad, como afirma David Gómez, un miembro activo del comité local.
“Aparte de iglesias y conventos, la Casa Palacio del Pumarejo es el edificio más antiguo que queda en pie en la zona. Esta plaza, que fue incorporada más tarde, es el núcleo de comunicación del vecindario”, dice David.
“Cuando se llenaba, albergaba a treinta y cuatro familias; sin embargo, ahora mismo sólo quedan tres familias después de que, justo este año, el ayuntamiento obligara a otras a irse por “motivos de seguridad”, explica.
A pesar de los rumores que afirman lo contrario, la casa no será destruida porque pertenece al municipio y está legalmente protegida por ser lugar Patrimonio Histórico. Pero las preguntas sin respuesta que rodean su futuro uso (el planeamiento urbanístico actual estipula que no puede ser privatizada y que tiene que tener una función pública) tienen a los residentes en un constante estado de desasosiego.
Después de una excursión de compras nocturna, La Reina se sienta en el banco y deja escapar un suspiro. Esta vez, doña Felisa parece diferente. No tiene la misma mirada vigilante que antes en la ventana. Hay agotamiento en su cuerpo y sufrimiento en sus ojos.
“Es sólo que ya son trece años. Trece años de otra persona, otro periodista más, todos los días, todas las semanas, siempre preguntando lo mismo, lo mismo, lo mismo. Vinimos en 1974 y formamos aquí nuestra familia. Aquí han nacido, han crecido y se han casado nuestros hijos. Y aquí mismo estaré yo hasta que me muera”.
Al igual que la Casa del Pumarejo, doña Felisa ha sido una presencia constante, manteniéndose firme mientras la historia se origina a su alrededor.
Antonio Rubiales es el hijo de una de las tres inquilinas restantes, y la visita a menudo para comer, para pasar tiempo con ella o dejar su bici cuando está en el vecindario.
“No resido aquí desde hace dos años pero estuve viviendo treinta años, desde los ocho, mi vida entera”, recuerda.
“Crecer en el Pumarejo fue una experiencia diferente. No es cualquier plaza. Los 80 fueron años muy difíciles aquí, en todo el barrio realmente. Cuando iba al colegio, la gente me preguntaba, ‘¿dónde vives?’ y yo les respondía que en la Plaza del Pumarejo. Su contestación era ‘¡Uf!, ésa es una zona peligrosa. ¿Dónde del Pumarejo?’, y yo les decía que en la Casa del Pumarejo. Ellos volvían a responder ‘¡Uf!’ Era conocido por los problemas de drogas y la delincuencia. Pero no fue así sólo para mí, mi familia, mis hermanos. Fue así para cualquier persona que residiera en el barrio en aquella época”, comenta.
“Nosotros no tuvimos problemas con las drogas pero sí gente de nuestro alrededor. Los caramelos se vendían a los yonquis que posteriormente usaban la envoltura para fumar crack por lo que nunca comíamos caramelos. Algunos señalarían que fue una infancia dura pero no recuerdo que fuera así, ni yo tuve problemas con las drogas ni ninguno de mis amigos. Fue una experiencia que no cambiaría porque te hace madurar en una edad temprana, pero no de una manera negativa”, añade. “Era muy divertido. Si observas la casa ahora, no es la misma que solía ser. Está tan tranquila, en calma. Es otro mundo, otro mundo por completo. Éramos muchos niños creciendo por aquí, muchísimos”.
Antonio empieza a contar en alto, mirando hacia arriba mientras busca en su cabeza para recordar a todo el grupo.
“Éramos seis con más o menos la misma edad”, cuenta. “Pegábamos patadas al balón, jugábamos al béisbol, andábamos en bici en el patio… era una locura. Había muchos vecinos y era totalmente diferente tiempo atrás. Cuando había un cumpleaños, lo celebrábamos todos juntos. Las comuniones también se celebraban siempre en el patio”.
La alegre sonrisa que mostraba Antonio recordando las historias de su infancia se esfuma gradualmente.
“Ahora, la casa no tiene vida. Quiero decir: tiene pero no de la misma forma. Actualmente, tiene vida gracias al centro comunitario, la asociación de La Casa del Pumarejo, y gracias a todas las otras organizaciones. Está mejorando con la ayuda de estas personas, pero durante muchos años, era realmente triste pasar por aquí”.
“Lo que le ha pasado a la casa es totalmente normal: gente que ha crecido, se ha casado…”, continúa Antonio. “Pero el problema permanece ya que no vienen familias nuevas a llenar el hueco que las antiguas familias dejaron. En la actualidad, la gente ve la casa como problemática porque es cara de mantener y necesita reformas. El mantenimiento cuesta dinero y nadie está dispuesto a pagar”.
El Ayuntamiento propuso un presupuesto de 5,6 millones de euros para la reforma integral del antiguo palacio en 2007; sin embargo, no se han llevado a cabo las acciones del proyecto. En la actualidad, el gobierno local dice que no dispone de dinero con el acecho de la crisis económica. Hasta hoy, sólo se han hecho arreglos superficiales y parciales a la casa para prevenir que se desplome.
El plan municipal es dedicar el piso superior de la casa a la gente que vive bajo condiciones precarias; por ejemplo, si sus casas corren el riesgo de derrumbarse o si les desahucian por no poder pagar el alquiler. Habrá veintidós apartamentos si alguna vez el plan llega a buen puerto pero, primero, el Ayuntamiento debe hacer los arreglos y reformas que la casa requiere tan urgentemente.
“No sé qué depara el futuro, pero me asusta”, dice Antonio.
“Si terminan por cerrarla, o si mi madre tiene que irse, será duro. Supondría más que el trauma normal que alguien siente al crecer y dejar a sus padres, porque es una casa muy especial, estéticamente preciosa, tiene vida dentro de sus muros, tiene un rico pasado lleno de recuerdos. Pero es también especial por los esfuerzos colectivos que se han puesto en la lucha, todo el mundo trabajando juntos por un bien común: salvar una casa impresionante donde he tenido la suerte de vivir treinta años”.
martes, 27 de noviembre de 2012
Antes de nada pedir disculpas por
las pocas noticias que he publicado desde el pasado Verano, pero ha
sido la cruda realidad no hemos tenido mucho que contar, mas
allá de las pequeñas noticias diarias, aunque no se ha estado
parado ya que hemos estado preparando la campaña LO HACEMOS
NOSOTROS, y hoy por fin la hemos puesto en marcha a través
de de una rueda de Prensa de la cual os cuelgo el Comunicado
leido y entregado a los muchos profesionales que nos han visitado.
Lo Hacemos Nosotras arranca con una campaña de micro-financiación y, pronto, la obra
Presentamos
hoy una iniciativa, promovida por la Asociación Casa del Pumarejo, con
la que desde la ciudadanía vamos a acometer la rehabilitación de la
Casa-Palacio del Pumarejo, dadas las muchas promesas incumplidas del
Ayuntamiento, que han llevado al progresivo deterioro y vaciamiento de
la casa, declarada Monumento. El proyecto comienza con una campaña
internacional de recaudación social de fondos mediante el sistema de micro-aportaciones (crowdfunding).
La
Casa-Palacio del Pumarejo está declarada Bien de Interés Cultural por
la Junta de Andalucía desde 2003, con la misma catalogación que la
Catedral de Sevilla; es decir, es un monumento. Declaración que ordena
la preservación tanto de su arquitectura como de las formas de vida y
usos residenciales y comunitarios que históricamente ha venido
albergando la casa.
Pero la rehabilitación integral del edificio todavía no ha sido realizada por el Ayuntamiento, aún
cuando su necesidad fue determinada por la Delegación Municipal de
Urbanismo hace ya ocho años y aún contando ésta, desde hace cinco, con
un proyecto de obras para tal fin, que las presupuestaba en 5,6 millones
de euros. Ni está ni se la espera, más. Porque:
- Ante las reiteradas promesas de iniciar ya la rehabilitación de la casa, incumplidas una tras otra.
- Ante el cierre de viviendas y espacios efectuado en los últimos años por el Ayuntamiento, que ha ido vaciando la casa de familias (tres en los últimos meses), utilizando para ello técnicas típicas de asustaviejas; como el pasado jueves, cuando, sin previo aviso ni atender alegaciones, colocó dos portones con que ya se impide el acceso al 60% del edificio, incluyendo las azoteas.
- Ante las últimas noticias de prensa revelando la intención del gobierno municipal de desalojar al completo la casa; pero no para iniciar por fin su necesaria y demandada rehabilitación integral.
- Ante la falta de comunicación y el desprecio del Ayuntamiento a nuestras reiteradas peticiones de reunión, para saber de sus planes y proponerle soluciones a la situación de la casa.
- Ante la imperiosa necesidad social de vivienda y la vergonzosa gestión de las administraciones al respecto; cuando la casa acogería 22 viviendas sociales, según su proyecto de rehabilitación.
- Y porque, a pesar de haber sufrido continuos atropellos de quienes dicen representarnos y tienen la obligación de proteger este bien, llevamos ya 12 años de lucha vecinal y aún seguimos con la ilusión de defender los derechos de sus moradores y el mantenimiento de sus usos...
… Decimos ¡basta ya!, nos plantamos y acometemos el proyecto Lo Hacemos Nosotras; lo hacemos entre todas:
una campaña multitudinaria basada en el concepto de comunidad para la
rehabilitación popular de la Casa Grande del Pumarejo. Si el propietario
que debe, no puede (o no quiere), lo hace la ciudadanía, por el bien
común.
¿Cómo?
- Siguiendo el mismo proyecto de obras aprobado por la Gerencia de Urbanismo en 2007 y respetando las Instrucciones Particulares de la declaración de la casa como Monumento.
- Con un protocolo de seguridad realizado por especialistas.
- A través de una campaña internacional de micro-aportación monetaria (crowdfunding, moneda social, etc.).
- Con recursos humanos y técnicos propios y voluntarios movilizando lo mejor de la ciudadanía.
- Con la supervisión y asesoramiento de profesionales arquitectas, abogadas, antropólogas, aparejadores, etc.
Tenemos
proyecto, medios y, sobre todo, fuerzas y ganas de trabajar por la
conservación de los valores de la casa; esos que la hicieron merecedora
de ser catalogada como Monumento y que, por tanto, toda la sociedad está
obligada y llamada a preservar. Un proyecto de auto construcción que es
una alternativa a la inoperancia de quienes nos gobiernan.
Mientras que el Ayuntamiento desoye nuestras peticiones de reunión para exponerle la iniciativa Lo Hacemos Nosotras,
el Delegado de Cultura de la Junta nos ha concedido una reunión, la
próxima semana, para conocer la situación de la casa y nuestro proyecto
social y patrimonial para su salvaguarda.
En
cuanto reunamos las aportaciones necesarias para afrontar las primeras
intervenciones, darán comienzo, por fin, las obras de rehabilitación
integral de la Casa Grande del Pumarejo.
Sevilla, 27 de noviembre de 2012.
Antes de nada pedir disculpas por las pocas noticias que he publicado desde el pasado Verano, pero ha sido la cruda realidad no hemos tenido mucho que contar, mas allá de las pequeñas noticias diarias, aunque no se ha estado parado ya que hemos estado preparando la campaña LO HACEMOS NOSOTROS, y hoy por fin la hemos puesto en marcha a través de de una rueda de Prensa
viernes, 5 de octubre de 2012
PALACIO DEL PUMAREJO,DESDÉN Y DESAMOR
Ha
visto como los siglos pasaban frente a él, cómo cambiaba la fisonomía
en su entorno y
cómo las miradas se sucedían de generación en generación. Los más
regios pasos han deambulado por sus estancias.
Ha sido testigo de los más importantes acontecimientos acaecidos en los últimos trescientos años, de avatares tan dispersos y diferentes como la travesía de la más importante devoción universal, vitoreada por el pueblo, y luego oculta en una camioneta para escapar de violencia de los que no soportaban ni respetaban la religiosidad de sus coetáneos, en la creencia de que eran portadores de su verdad, única para imponer por medio del terror.
Ha soportado las adversidades climatológicas, las humedades calando sus entrañas, el frío atravesando sus gruesos muros, el calor acomodándose en los corredores. Sus ojos han contemplado los horrores de los hombres, cómo la ira cernía sus garras sobre inocentes que eran de condenados a la muerte sin más dictamen ni más cargo que pensar de forma diferente. Hombres encadenados al destino, asociándose a la historia de manera cruenta. Sus paredes mantienen recuerdos de viejos esplendores, de niños correteando por las viejas galerías arqueadas transmutando sus juegos en aventuras y en episodios dignos de ser recogidos por los mejores escritores. Su patio atraviesa el tiempo para instalarse en la inmortalidad y proyectar las imágenes de bailes al socaire de una guitarra, de unas voces que canta la grandeza de la ciudad, las tradiciones que surcan los vientos con las letras de fandangos y sevillanas, celebrando la conmemoración de una cruz, cimientos de la fe, patíbulo cruento, que se transfigura en la esencia popular y divertida de la celebración festiva. Revuelos, toques, voces, danzas, sueños, acogidos en la caoba de las columnas que soportan la memoria de sus memorias.
Ha sido testigo de los más importantes acontecimientos acaecidos en los últimos trescientos años, de avatares tan dispersos y diferentes como la travesía de la más importante devoción universal, vitoreada por el pueblo, y luego oculta en una camioneta para escapar de violencia de los que no soportaban ni respetaban la religiosidad de sus coetáneos, en la creencia de que eran portadores de su verdad, única para imponer por medio del terror.
Ha soportado las adversidades climatológicas, las humedades calando sus entrañas, el frío atravesando sus gruesos muros, el calor acomodándose en los corredores. Sus ojos han contemplado los horrores de los hombres, cómo la ira cernía sus garras sobre inocentes que eran de condenados a la muerte sin más dictamen ni más cargo que pensar de forma diferente. Hombres encadenados al destino, asociándose a la historia de manera cruenta. Sus paredes mantienen recuerdos de viejos esplendores, de niños correteando por las viejas galerías arqueadas transmutando sus juegos en aventuras y en episodios dignos de ser recogidos por los mejores escritores. Su patio atraviesa el tiempo para instalarse en la inmortalidad y proyectar las imágenes de bailes al socaire de una guitarra, de unas voces que canta la grandeza de la ciudad, las tradiciones que surcan los vientos con las letras de fandangos y sevillanas, celebrando la conmemoración de una cruz, cimientos de la fe, patíbulo cruento, que se transfigura en la esencia popular y divertida de la celebración festiva. Revuelos, toques, voces, danzas, sueños, acogidos en la caoba de las columnas que soportan la memoria de sus memorias.
Es la continua transgresión de la
cultura, la indolencia de quienes tienen que cuidarla y solo
procuran especular con la sabiduría, en maltratarla, en difundir las
barbaridades con las que suplantan la verdadera identidad. Es la
continua transformación de la fisonomía de los barrios clásicos,
capaces de soportar las miserias de las crisis, los desastres de una
guerra. Vence adversidades y temporales y quienes ahora
debieran de cuidarla, de mimarlas, se encargan de devastarlas con
sus implantes inadecuados y sus posiciones de vanguardia. Son los
responsables de la pérdida de la idiosincrasia y de valores
seculares que quedaron como testimonios de las magnificencias de
épocas donde ilustración y la erudición eran valores de presunción, un
estatus que elevaba la condición del hombre.
Este ayuntamiento parece querer
eludir sus compromisos para con la cultura, por salvaguardarla de
los desmanes de otras corporaciones anteriores. El palacio de los condes
del Pumarejo se viene abajo, se convierta en ruina con
el paso del tiempo, ante la desidia de los responsables en
mantenerle en pié. Convertida en casa de vecinos, parece ser que será
especulación, con el gravamen de ésta provenga de la mayor
institución gubernamental de la ciudad.
No oiría yo las proclamas de
quienes, haciendo de la mejor apología política, claman para
convertirla en casa del pueblo o sede alguna institución al socaire del
partido de turno. Es un edificio en un lugar privilegiado,
pero constantemente maltratado hasta la degradación porque tal vez
interese esta ignominia que está restando a la ciudadanía del uso
público de unos preciosos espacios, ahora ocupados por
una pobre gente que, vencidos por el ocio y sus adicciones, copan la
que pudiera ser zona de un barrio que adolece de áreas de
esparcimientos. Y es curiosa la situación porque han de ser los
industriales de la hostelería, instalados en sus inmediaciones,
quienes mantengan, todavía, un poco de cordura cívica cuando instalan
sus veladores.
El palacio debe ser restaurado a la
mayor brevedad posible porque sería el primer paso para dignificar
este espacio y posibilitar el reencuentro con la importante historia que
entraña y guardan sus muros. Un edificio de esta
categoría sería centro de actuaciones inmediatas en cualquier lugar
del mundo, con un mínimo de acervo cultural. Aquí esperaremos a su
derrumbe. Quizás para ahorrarse los gastos de demolición de
mi Pavón. Lo de siempre, tristemente, lo de siempre.
jueves, 4 de octubre de 2012
DEL PUMAREJO NO NOS MOVERAN
Tres de los seis últimos inquilinos resisten en una casa palacio llena de puntales y sin rehabilitación a la vista.
Felipa es una de las tres familias que aún resisten en este edificio declarado monumento en 2003 y sobre la que hay proyectada una rehabilitación integral -aprobada por la Junta y presupuestada con 5,6 millones- que no termina de llegar. Mientras tanto, los inquilinos de las pocas viviendas que quedan en pie se enfrentan a un futuro incierto. Están más preocupados por no dejar el barrio que por tener un accidente en su día a día: "Si se hunde el suelo de mi cocina, al menos caeré de pie", bromea Felisa.
Hace unos meses el Ayuntamiento, propietario del edificio, acometió unas obras de seguridad que no han contentado a los residentes. "¿Obras? Ha sido más bien tirar el dinero", señala sin tapujos Rosa, otra vecina superviviente que lleva una treintena de años bajo el techo de la casa palacio. Asegura que lo que ha realizado el Consistorio en el complejo no tiene mucho sentido. "Ha sido una obra para enmarcar, pues dónde se ha visto que arreglen el piso que se ha quedado vacío. Señores, intervengan en la zona donde quedan los últimos vecinos. Dicen que era una partida que había que gastar". A lo que Rosa responde aconsejándo otro uso: "Si sobra ese dinero, que hagan una buena obra y se lo lleven a las monjas", subraya.
Rosa es muy pesimista a la hora de abordar el tema de la ansiada rehabilitación. Ella, con todo lo que ha vivido, lo tiene bastante claro: "Aquí no van a hacer nada de los pisos sociales que anunciaron. Nunca habrá dinero para rehabilitarlo. Esto va a ser para ellos [por el Ayuntamiento]. ¿Crees que van a mantener todo esto para tres vecinos que quedamos?", se lamenta.
Eso sí, Rosa no está dispuesta a salir del Pumarejo. "De aquí no me voy hasta que no me echen. Llevo aquí 30 años y no estoy dispuesta a irme a otro barrio. Nací en San Román, no me veo lejos de esta zona", señala mientras muestra su desesperación por esta situación a la que no ve el final. "Me dijeron que iban a poner un ascensor y que me iban a pasar a otro piso de la casa, luego que no... en fin hemos luchado tanto y ¿para qué ha servido? La verdad, desconfiamos de todo..."
Tanto Rosa como Felisa aseguran que de momento no le han propuesto marcharse, aunque ellas lo tienen claro: "No tengo para comprar un piso, que nos den unas viviendas sociales cerca de aquí", subrayan las vecinas, que recuerdan que "en mayo" se tuvieron que marchar tres familias. Dos de ellas fueron realojadas en pisos municipales de Santa Clara; mientras que la más veterana, Juanita de 84 años, "se ha ido a la calle Pozo en un alquiler que paga de su pensión".
Desde la asociación Casa del Pumarejo se teme que la salida de los últimos vecinos sea "preludio del desalojo definitivo" del edificio. "No nos gustaría que pasara como en Santa Catalina. Además la declaración de monumento incluye que se cuide el aspecto humano", recuerda David Gómez, de la entidad vecinal que pide a las autoridades que "se tomen en serio" la casa del Pumarejo.