viernes, 5 de octubre de 2012

PALACIO DEL PUMAREJO,DESDÉN Y DESAMOR

Ha visto como los siglos pasaban frente a él, cómo cambiaba la fisonomía en su entorno y cómo las miradas se sucedían de generación en generación. Los más regios pasos han deambulado por sus estancias. 
             Ha sido testigo de los más importantes acontecimientos acaecidos en los últimos trescientos años, de avatares tan dispersos y diferentes como la travesía de la más importante devoción universal, vitoreada por el pueblo, y luego oculta en una camioneta para escapar de violencia de los que no soportaban ni respetaban la religiosidad de sus coetáneos, en la creencia de que eran portadores de su verdad, única para imponer por medio del terror. 
           Ha soportado las adversidades climatológicas, las humedades calando sus entrañas, el frío atravesando sus gruesos muros, el calor acomodándose en los corredores. Sus ojos han contemplado los horrores de los hombres, cómo la ira cernía sus garras sobre inocentes que eran de condenados a la muerte sin más dictamen ni más cargo que pensar de forma diferente. Hombres encadenados al destino, asociándose a la historia de manera cruenta. Sus paredes mantienen recuerdos de viejos esplendores, de niños correteando por las viejas galerías arqueadas transmutando sus juegos en aventuras y en episodios dignos de ser recogidos por los mejores escritores. Su patio atraviesa el tiempo para instalarse en la inmortalidad y proyectar las imágenes de bailes al socaire de una guitarra, de unas voces que canta la grandeza de la ciudad, las tradiciones que surcan los vientos con las letras de fandangos y sevillanas, celebrando la conmemoración de una cruz, cimientos de la fe, patíbulo cruento, que se transfigura en la esencia popular y divertida de la celebración festiva. Revuelos, toques, voces, danzas, sueños, acogidos en la caoba de las columnas que soportan la memoria de sus memorias.
            Es la continua transgresión de la cultura, la indolencia de quienes tienen que cuidarla y solo procuran especular con la sabiduría, en maltratarla, en difundir las barbaridades con las que suplantan la verdadera identidad. Es la continua transformación de la fisonomía de los barrios clásicos, capaces de soportar las miserias de las crisis, los desastres de una guerra. Vence adversidades y temporales y quienes ahora debieran de cuidarla, de mimarlas, se encargan de devastarlas con sus implantes inadecuados y sus posiciones de vanguardia. Son los responsables de la pérdida de la idiosincrasia y de valores seculares que quedaron como testimonios de las magnificencias de épocas donde ilustración y la erudición eran valores de presunción, un estatus que elevaba la condición del hombre.
            Este ayuntamiento parece querer eludir sus compromisos para con la cultura, por salvaguardarla de los desmanes de otras corporaciones anteriores. El palacio de los condes del Pumarejo se viene abajo, se convierta en ruina con el paso del tiempo, ante la desidia de los responsables en mantenerle en pié. Convertida en casa de vecinos, parece ser que será especulación, con el gravamen de ésta provenga de la mayor institución gubernamental de la ciudad.
            No oiría yo las proclamas de quienes, haciendo de la mejor apología política, claman para convertirla en casa del pueblo o sede alguna institución al socaire del partido de turno. Es un edificio en un lugar privilegiado, pero constantemente maltratado hasta la degradación  porque tal vez interese esta ignominia que está restando a la ciudadanía del uso público de unos preciosos espacios, ahora ocupados por una pobre gente que, vencidos por el ocio y sus adicciones, copan la que pudiera ser zona de un barrio que adolece de áreas de esparcimientos. Y es curiosa la situación porque han de ser los industriales de la hostelería, instalados en sus inmediaciones, quienes mantengan, todavía, un poco de cordura cívica cuando instalan sus veladores.
            El palacio debe ser restaurado a la mayor brevedad posible porque  sería el primer paso para dignificar este espacio y posibilitar el reencuentro con la importante historia que entraña y guardan sus muros. Un edificio de esta categoría sería centro de actuaciones inmediatas en cualquier lugar del mundo, con un mínimo de acervo cultural. Aquí esperaremos a su derrumbe. Quizás para ahorrarse los gastos de demolición de mi Pavón. Lo de siempre, tristemente, lo de siempre.

jueves, 4 de octubre de 2012

DEL PUMAREJO NO NOS MOVERAN

Tres de los seis últimos inquilinos resisten en una casa palacio llena de puntales y sin rehabilitación a la vista.

Una máquina de coser es la úni­ca compañía que tiene Felisa en la primera planta. Su piso no está apuntalado, pero tiene hundido el suelo de la cocina y la salita. Aun así, ella sigue viviendo en la casa palacio del Pumarejo , donde llegó en 1974 desde la calle Rubio: "Aquí han nacido mis hijos, los he criado y ahora me visitan mis nietos. La verdad, estoy muy a gusto. No me quiero ir", aunque tiene claro que no quiere quedarse sola en el inmueble, pues en lo que va de año el vecindario ha bajado a la mitad: "En mayo se fueron tres de golpe y porrazo", recuerda.
Felipa es una de las tres familias que aún resisten en este edificio declarado monumento en 2003 y sobre la que hay proyectada una rehabilitación integral -aprobada por la Junta y presupuestada con 5,6 millones- que no termina de llegar. Mientras tanto, los inquilinos de las pocas viviendas que quedan en pie se enfrentan a un futuro incierto. Están más preocupados por no dejar el barrio que por tener un accidente en su día a día: "Si se hunde el suelo de mi cocina, al menos caeré de pie", bromea Felisa.
Hace unos meses el Ayuntamiento, propietario del edificio, acometió unas obras de seguridad que no han contentado a los residentes. "¿Obras? Ha sido más bien tirar el dinero", señala sin tapujos Rosa, otra vecina superviviente que lleva una treintena de años bajo el techo de la casa palacio. Asegura que lo que ha realizado el Consistorio en el complejo no tiene mucho sentido. "Ha sido una obra para enmarcar, pues dónde se ha visto que arreglen el piso que se ha quedado vacío. Señores, intervengan en la zona donde quedan los últimos vecinos. Dicen que era una partida que había que gastar". A lo que Rosa responde aconsejándo otro uso: "Si sobra ese dinero, que hagan una buena obra y se lo lleven a las monjas", subraya.
Rosa es muy pesimista a la hora de abordar el tema de la ansiada rehabilitación. Ella, con todo lo que ha vivido, lo tiene bastante claro: "Aquí no van a hacer nada de los pisos sociales que anunciaron. Nunca habrá dinero para rehabilitarlo. Esto va a ser para ellos [por el Ayuntamiento]. ¿Crees que van a mantener todo esto para tres vecinos que quedamos?", se lamenta.
Eso sí, Rosa no está dispuesta a salir del Pumarejo. "De aquí no me voy hasta que no me echen. Llevo aquí 30 años y no estoy dispuesta a irme a otro barrio. Nací en San Román, no me veo lejos de esta zona", señala mientras muestra su desesperación por esta situación a la que no ve el final. "Me dijeron que iban a poner un ascensor y que me iban a pasar a otro piso de la casa, luego que no... en fin hemos luchado tanto y ¿para qué ha servido? La verdad, desconfiamos de todo..."
Tanto Rosa como Felisa aseguran que de momento no le han propuesto marcharse, aunque ellas lo tienen claro: "No tengo para comprar un piso, que nos den unas viviendas sociales cerca de aquí", subrayan las vecinas, que recuerdan que "en mayo" se tuvieron que marchar tres familias. Dos de ellas fueron realojadas en pisos municipales de Santa Clara; mientras que la más veterana, Juanita de 84 años, "se ha ido a la calle Pozo en un alquiler que paga de su pensión".
Desde la asociación Casa del Pumarejo se teme que la salida de los últimos vecinos sea "preludio del desalojo definitivo" del edificio. "No nos gustaría que pasara como en Santa Catalina. Además la declaración de monumento incluye que se cuide el aspecto humano", recuerda David Gómez, de la entidad vecinal que pide a las autoridades que "se tomen en serio" la casa del Pumarejo.